La expedición de Balmis, además de ser una peligrosa hazaña en la que muchos de sus integrantes perdieron la vida, fue la primera misión con fines humanitarios y también la primera campaña de vacunación masiva en la historia de la humanidad. Esta empresa fue liderada por el valenciano Xavier de Balmis e impulsada por Carlos IV, que había perdido a una de sus hijas a causa de la viruela.
El objetivo era llevar la vacuna de esta horrible enfermedad, descubierta poco antes por Jenner, a América y Asia, donde contínuos brotes de viruela mataban a miles de personas y dejaban importantes secuelas en los que conseguían superar la enfermedad. Esta misión tuvo muchos protagonistas de gran dedicación e ingenio, que se enfrentaron a retos de todo tipo para poder librar a los indígenas de los terribles efectos de la viruela.
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La misteriosa enfermedad
Con las primeras grandes civilizaciones surgen historias de una terrible pandemia que ataca a ricos y pobres por igual. Contra esta enfermedad, los médicos no podían hacer nada mas que aislar a los enfermos para evitar la transmisión y tratar algunos de los síntomas de los afectados. En ocasiones, la mitad de los enfermos sucumbían a causa de la misteriosa patología, y los supervivientes sufrían unas terribles secuelas que les acompañarían el resto de sus vidas, como la ceguera o la aparición de grandes cicatrices en la piel.
Pero… ¿Cuál era esta terrible enfermedad? ¿Se le podía plantar cara de alguna manera?
El protagonista de estas matanzas era el virus de la viruela, una enfermedad que se contagiaba principalmente por el aire, viajando en las pequeñas gotitas de saliva que emitían los enfermos, y que entraban a través de las vias respiratorias en nuevos huéspedes. Además de esta vía de transmisión, la viruela podía adquirirse también por contacto directo con el enfermo, con sus secreciones corporales o con objetos que este haya tocado (llamados también fomites). Este virus tan contagioso producía la aparición de úlceras en las mucosas y en la piel, que se manifestaban de 7 a 19 días después de estar en contacto con el virus, acompañados de fiebre, malestar y fuertes dolores de cabeza.
Se calcula que unos 56 millones de personas murieron a causa de esta enfermedad, aproximadamente el 30% de todos los infectados con dicho virus.
Una idea revolucionaria
Ante esta gran amenaza, surgió una manera de evitar el contagio similar a la vacunación pero todavía muy rudimentaria. Este procedimiento se llamó variolización y ya se tiene constancia de su existencia en China en el siglo V a.c. Gracias a los escritos del historiador griego Tucídides.
La práctica consistía en utilizar tubos de plata o bambú para introducir por la nariz de personas sanas que no hubiesen pasado la viruela, polvo de costras de enfermos, que habían sido recogidas un año antes. Otras variantes se realizaban introduciendo algodones empapados en el líquido de las pústulas de los enfermos o vistiendo a los niños pequeños con ropas de enfermos.
Con esto se pretendía que los pacientes pasasen una forma atenuada de la enfermedad, con síntomas menores que la viruela tradicional, pero que proporcionase inmunidad ante la epidemia, evitando las posibles mutilaciones que traía consigo la enfermedad e impidiendo muchas de las muertes que esta causaba. Esto era especialmente importante en las chicas, en las que un rostro desfigurado por la enfermedad podía limitar mucho sus pretensiones.
Con estos mismos fines, surgieron en la India Oriental otras variantes de la variolización en las que se impregnaban hilos en cortezas de enfermos recogidas hace un año con agua y se ponían en contacto con heridas recién realizadas, se daban puntos con hilos impregnados en pus de enfermos en los pliegues del brazo o se frotaba el brazo hasta irritarlo, tras lo que se aplicaba pus fresco.
El problema principal de esta técnica es la gran mortalidad que lleva asociada, y es que no debemos olvidar que consiste en inocular a personas sanas un virus potencialmente mortal que se ha sometido a técnicas muy rudimentarias de atenuación. Aun con este importante inconveniente, esta técnica llegó a través de la Ruta de la Seda a Europa, donde se comenzó a aplicar, pero nunca de manera generalizada.
El descubrimiento de Jenner
Aunque la variolización se había extendido por Asia y Europa, todavía era una práctica poco realizada, y la mayor parte de la población europea la veía con malos ojos.
A principios del siglo XVIII, Lady Mary Wortley Montagu despejaría el camino al surgimiento de la vacuna. Esta aristócrata padeció la viruela y perdió a su hermano por esta misma enfermedad, por lo que estaba muy concienciada con la gravedad de esta patología. Con esta inquietud, observó en Estambul la práctica de lavariolización mediante la introducción en la herida de una persona sana de pus obtenido de pacientes con formas leves de viruela.
Tras comprender el alcance de esta técnica, la aplicó en sus hijos y la llevó a Londres, donde intentó extender la práctica de la variolización, pero no pudo establecer la técnica debido a dos factores principales: el primero era el choque con la mentalidad de la población inglesa, que renegaba de este tipo de intervenciones. El segundo era la alta tasa de muerte que esta técnica llevaba asociada.
Aunque la idea de Lady Mary de inmunizar a la población de manera generalizada no fue bien acogida, sí que tuvo un impacto decisivo en el desarrollo posterior de la vacuna a manos de Jenner.
Edwar Jenner, además de ser partidario de la inmunización, consiguió aportar a la técnica la seguridad que le faltaba y convencer a la población de su utilidad. Así, la importante innovación del método consistió en utilizar la viruela bovina para sus inoculaciones, consiguiendo así una buena protección sin comprometer la salud de los vacunados.
Para demostrar la validez de su método, el 14 de mayo de 1796, Jenner vacunó a James Phipps, el hijo de su jardinero, utilizando pus de una lesión producida en Sarah Nelmes, una ordeñadora. Una vez el niño desarrolló y curó la pústula típica de la viruela bovina, Jenner le inoculó material de la herida de un enfermo de viruela. Tal y como se esperaba, el niño no adquirió la enfermedad, convirtiéndose en la mrimera persona vacunada de la historia.
Difusión de la vacuna
Tras la demostración de Jenner, comenzaron a aparecer partidarios de la vacunación por toda Europa, que extendieron la práctica, llevando a hospitales de todos los países material virulento de pacientes con viruela bovina.
Uno de los primeros países en incorporar esta práctica fue Francia, gracias al Doctor Woodville, que llevó la vacuna desde Londres hasta París. Una vez establecida la práctica en Francia, el Doctor Piguillem trae a España la técnica de inoculación y la aplica a sus propios hijos. Pronto se comienza a vacunar a los niños en Barcelona, y desde allí se extiende la práctica al resto del país.
Por supuesto, no faltaron tampoco detractores de la nueva técnica de inmunización, y tan pronto comenzó la expansión de la vacuna, muchos doctores se negaron a ponerla en práctica y la criticaron duramente. Además de entre los profesionales de la salud, también apareció un movimiento más popular en contra de la vacunación, que todavía persiste hoy en día y a los que conocemos como antivacunas.
Nacimiento de la expedición
En el año 1520, se produce un enfrentamiento armado entre Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez. Hernán había sido enviado como explorador por Pánfilo para explorar la costa mejicana y negociar con los indígenas. Cuando Hernán llegó a la capital azteca y observó con sus propios ojos las riquezas de los aztecas, abandonó su misión inicial y comenzó un intento de apoderarse de la ciudad.
Ante esta provocación, Pánfilo de Narváez cargó contra él con un ejército tres veces superior al de Hernán. A pesar de su superioridad numérica, el ejército de pánfilo fue derrotado, perdiendo todas las armas, infantería y caballería. Pero el arma más mortífera de este ejército no eran los cañones ni sus monturas, era un virus que infectaba a algunos de los guerreros y esclavos españoles: la viruela.
Al llegar a las colonias ultramarinas españolas, la enfermedad se extendió sin control, produciendo, según el médico militar Timoteo O’Scanlan, la muerte de un cuarto de la población sin distinción de poder o clase. Las peores epidemias se produjeron en 1780 y 1798, y trajeron consigo enormes pérdidas humanas y el colapso de muchas poblaciones.
Ante este desastre en las colonias que proporcionaban gran parte de su riqueza a la Corona Española, el rey Carlos IV, que ya conocía la brutalidad de la enfermedad debido a la pérdida de su hija por la viruela, decidió enviar ayuda médica. Dado que los esfuerzos por curar a los enfermos no habían dado resultado, el rey se decantó por la prevención de la enfermedad por el novedoso método de la vacuncaión, que había llegado recientemente a España.
Real Expedición Filantrópica de la Vacuna
Pero, ¿cómo llevar la vacuna activa hasta América? Los métodos de conservación del material biológico de la época no eran capaces de mantener la enfermedad en un buen estado durante todo el viaje en barco, así que se decidió que la única manera de llevar la vacuna era hacerlo utilizando a personas no vacunadas anteriormente como recipiente. Así, se eligieron 22 huérfanos, 4 de los Hospicios de Madrid y 18 de orfanatos de Santiago de Compostela.
Al cuidado de estos niños se asignó a Isabel Zendal, enfermera y directora de uno de los orfanatos de Santiago de Compostela de los que se eligieron los niños que participarían en la empresa. Esta era la encargada de que los niños no sufriesen enfermedades durante la travesía y de ir inoculando, de dos en dos, a los huérfanos con la vacuna. Este proceso se realizaba cada semana, y el material obtenido de las pústulas de los vacunados se guardaba en ampollas de vidrio para su uso como vacuna.
Para la dirección de tan importante empresa, Carlos IV eligió a Xavier de Balmis, cirujano militar que ya había viajado a América en otras ocasiones, conocido por su carácter optimista y sus dotes de mando. Como subdirector de la expedición se nombró a Joseph Salvany, también cirujano minitar, que poseía conocimientos de física y estadística además de medicina.
Una vez reunida la tripulación y discutida la manera de transportar la vacuna, la expedición partió el 30 de noviembre de 1803 desde A Coruña, portando en el barco bautizado como «María Pita» un virus muy parecido al que llegaba a América 283 años antes, solo que esta vez, las consecuencias de su llegada serían drásticamente distintas.
La primera parada se realizó en Santa Cruz de Tenerife, donde la expedición fundó su primer Centro Vacunal. Así, los médicos a las órdenes de Balmis instruyeros al personal sanitario local en la técnica de vacunación, y repartieron volúmenes del Tratado Histórico y Práctico de la Vacuna, en el que se explicaban los fundamentos básicos de la técnica. Desde esta sede, la técnica se llevó a todas las Islas Canarias.
La segunda parada de la expedición tuvo lugar en Puerto rico, donde no tuvo mucha acogida al haber llegado la vacuna ya por una expedición inglesa. El siguiente destino fue Venezuela, en el que se creó una nueva junta vacunal y se dividió la expedición en dos: un primer grupo liderado por Balmis continuó recorriendo América, pasando por Cuba, Méjico y Guatemala. La siguiente escala se realizó en Asia, en las Filipinas, y más tarde en China.
La expedición liderada por Salvany centró sus esfuerzos en América, pasando por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. Pero este grupo no pudo contar con su capitán durante todo el trayecto, pues Salvany falleció en Cochamba (Bolivia), en 1810. En cuanto a Balmis, regresó de China, haciendo una parada en Santa Elena para instruir una última vez sobre la vacunación. Así, tras su escala, llego a Madrid el 7 de septiembre de 1806, donde fue recibido y felicitado por su heróica hazaña.
Esta misión sufrió de naufragios, oposición de la población aborigen, adversidades políticas, falta de personas que, una vez en América o para viajar hasta Asia, siguiesen permitiendo el transporte de la vacuna en su forma activa, falta de capital y hasta hubo de sufrirse la muerte de uno de los líderes de las expediciones. A pesar de todo, la empresa se llevó a cabo y será recordada como una de las hazañas más importantes de la historia.
Los frutos del esfuerzo
Durante toda la expedición se vacunó a cientos de miles de personas, y lo que es más importante, se instruyó a los sanitarios locales en la realización de este procedimiento que podía proteger a las personas de una de las peores enfermedades jamás conocidas. Este viaje ha inspirado numerosas historias y ha dado lugar a obras de teatro y películas en las que se narra el origen y cometido de la expedición, así como sus peligros y los contratiempos que esta sufrió.
La expansión de la vacuna continuó en los años siguientes, y se convirtió en una práctica generalizada que llegó a todo el mundo y posibilitó la erradicación de la viruela de la faz de la Tierra en 1980.
Y así, la tragedia que se desencadenó en 1520 por con un virus que llegaba desde España hasta américa por barco, fue combatida y eliminada por un segundo virus que viajó en un barco español, casi 300 años después del primero, en los brazos de 22 huérfanos que cambiarían la historia de la humanidad.
Artículo editado por Equipo de Microbacterium
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