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Obesidad: la pandemia silenciosa

Es difícil escapar de la obesidad. ¿Lo habías notado? Todas esas calorías ocultas en la comida que más rica te sabe, todas esas formas de entretenimiento que no requieren actividad física, cómo te enseñaron tus padres a comer…

Tal vez te haya parecido lo contrario debido al culto existente a la delgadez, ese que sólo nos muestra en los medios de comunicación personas delgadas-deportistas-realfooders-felices-hartasdehacerseselfies. Todo en uno. Mientras, las personas obesas parecen ser rara avis pero, ¿qué dicen las cifras?

La obesidad en cifras

Actualmente el 60% de la población española padece obesidad, lo que afecta a 1 de cada 4 adultos (y las cifras aumentan para la población infantil). De acuerdo con las últimas estadísticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), el 25 % de los hombres y el 23 % de las mujeres padecen obesidad en España, lo que supone el 9,7% del gasto total en salud.

En la siguiente figura puedes comprobar el incremento en el índice de masa corporal a nivel mundial desde 1975 hasta el 2016.

El porcentaje de personas adultadas afectadas por la obesidad ha aumentado desde 1975 hasta 2016
Figura 1. Incremento de la obesidad a nivel mundial. Evolución del porcentaje de adultos, tanto hombres como mujeres, con un índice de masa corporal ≥ 30 kg/m2 desde 1975 a 2016. Fuente: NCDRiscC.

Tanto la obesidad como sus comorbilidades asociadas (diabetes, hipertensión, dislipidemia…) constituyen patologías crónicas con un alto impacto socioeconómico. La obesidad y sus comorbilidades se asocian con un mayor absentismo laboral, con una menor producción laboral, una menor adherencia los estudios, un mayor gasto en salud y en transporte, una pérdida en la calidad de vida e, incluso, con muertes prematuras.

La obesidad ya no es tanto una cuestión estética sino una enfermedad multifactorial donde pueden intervenir variables tanto genéticas, como económicas, ambientales o psicológicas. Sin embargo, estos pacientes todavía son señalados con el dedo como culpables de un estado derivado únicamente de su dejadez.

¿Cómo definimos la obesidad?

Para clasificar a una persona como obesa o no recurrimos, como seguro que ya sabrás, al índice de masa corporal (o IMC) y que resulta de dividir el peso en kilos entre la altura en metros al cuadrado. De esta forma clasificamos el grado de sobrepeso u obesidad según los resultados resumidos en la siguiente tabla.

Tabla 1. Clasificación del grado de obesidad en función del índice de masa corporal (IMC).

Si bien es cierto que el IMC es la principal medida a la que se recurre para clasificar el grado de obesidad de las personas, presenta algunas limitaciones. Por ejemplo: una persona deportista tiene incrementada su masa magra (es decir, la cantidad de músculo) por lo que su peso podrá ser elevado y clasificarle como “persona con sobrepeso” u “obeso” a pesar de no tener ni un gramo de grasa.

Aunque el IMC sea la primera y principal medida para la clasificación de la obesidad, actualmente recurrimos a otras medidas complementarias como el índice cintura-cadera (ICC) -el producto obtenido de dividir el perímetro de la cintura entre el perímetro de la cadera- que nos da una idea de la acumulación de grasa abdominal y, por tanto, del riesgo cardiovascular asociado. De esta manera, si una mujer presenta un ICC superior a 0,86% y un hombre a 1 se considera que presentan un alto riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.

Hoy en día también se suele recurrir a los equipos de bioimpedancia para evaluar la masa grasa de un individuo. Seguro que sabes a lo que nos referimos: son aquellos equipos a los que te subes descalzo sobre una plataforma -algunos de ellos tienen unos soportes para sujetar también con las manos y suelen ser más precisos- y dejan pasar una pequeña corriente eléctrica que ni habrás notado. Este tipo de aparataje calcula el tiempo que tarda en recorrer la corriente eléctrica tu cuerpo, ya que esto dependerá de tu masa grasa y tu masa magra y, con ello, nos dan información sobre nuestra composición corporal.

Estas medidas complementarias son importantes ya que, además de decirnos qué cantidad de masa grasa hemos acumulado, nos dice dónde está localizada. Y es que no es importante sólo la cantidad sino también la distribución. La obesidad de tipo androide o tipo manzana -tiene una distribución abdominal y la solemos denominar ‘barriguita cervecera’- se asocia con un mayor riesgo cardiovascular, hipertensión o diabetes que la obesidad de tipo ginecoide -popularmente conocido como ‘cartucheras’, con una distribución glúteofemoral- y que se asocia con varices y complicaciones articulares.

¿Por qué acumulamos (tanta) grasa?

Ser Homo sapiens sapiens te hace sentirte increíblemente evolucionado, ¿verdad? ¡Dos veces sapiens, además! Qué guay, ¿no? Pues déjanos decirte que no has evolucionado tanto desde el último troglodita hasta hoy.

A nivel genético y metabólico sigues siendo un prehistórico. Es decir, tu cuerpo está esperando que camines kilómetros persiguiendo un mamut durante días y, mientras, que te alimentes de alguna baya perdida si puedes. O sea, que estarás en movimiento constante y comerás cuando puedas (si antes no aparece alguna bestia salvaje y te obliga a salir pitando).

Seguro que ahora estás pensando: «¡anda que no ha pasado tiempo desde entonces!”. En realidad, no tanto. La revolución que se vivió durante el Neolítico -el paso de la sociedad de cazadores-recolectores a la de una sociedad de agricultores y ganaderos- nos llevó entre 6.000 y 10.000 años. Un ‘breve’ periodo de tiempo dentro de los 300.000 años que nos ha traído hasta el día de hoy, y que no ha sido suficiente para que nuestro cuerpo se adapte completamente al estilo de vida que llevamos hoy.

El tejido adiposo blanco y el marrón

Con este panorama es normal que tu cuerpo sienta la necesidad de almacenar calorías porque tiene aprendido que nunca se sabe. Para ello cuenta con el tejido adiposo blanco, que actúa de ‘despensa’ donde se almacenan en forma de grasa todas las calorías que no has utilizado para moverte. Esta grasa no sólo actúa como reserva energética, sino que también sirve de aislante térmico y mecánico.

Este tejido adiposo blanco es algo distinto del tejido adiposo marrón -llamados así porque, debido a su bajo o alto contenido en mitocondrias, orgánulos celulares productores de energía, se veían blanco o marrón al microscopio-. El tejido adiposo marrón cuenta con numerosas mitocondrias que son especiales. A diferencia de las mitocondrias del resto del organismo, que se encargan de la oxidación de metabolitos para obtener energía, las mitocondrias del tejido adiposo marrón oxidan metabolitos para generar calor sin necesidad de tiritar. Es por ello que la activación del tejido adiposo marrón (por ejemplo, pasando algo de frío) se está estudiando como tratamiento antiobesidad, ya que contribuiríamos a quemar la grasa generando calor. Con lo que nos gusta estar calentitos…

El tejido adiposo blanco almacena grasa que será utilizada como fuente de energía y aislante térmico y mecánico. El tejido adiposo marrón quema la grasa para generar calor sin necesidad de tiritar.
Figura 2. Comparación entre el tejido adiposo blanco y el marrón. Mientras que el tejido adiposo blanco almacena la grasa dentro de los adipocitos (células del tejido adiposo) en una única gota de grasa, el marrón lo hace en muchas pequeñas. Se diferencian también en sus funciones ya que el tejido adiposo blanco actúa como reservorio de energía y como aislante térmico y mecánico mientras que el marrón quema la grasa en sus mitocondrias especiales (desacopladas) por lo que se genera calor sin necesidad de tiritar, lo qu constituye la oportunidad de desarrollar una terapia antiobesidad. Elaboración propia a través de BioRender.

Algunos autores sugieren que el aumento de temperaturas derivadas del cambio climático afectará especialmente al grado de obesidad padecido por los países tropicales. Este hecho es debido a que el calor impedirá la activación del tejido adiposo marrón y se alterará el metabolismo de la glucosa, sin contar, además, con las alteraciones económicas que tendrán lugar y que contribuirán también a la obesidad.

Pues bien, resulta que eres un moderno atrapado en el cuerpo de un troglodita que ni persigue mamuts ni le falta la comida, puede ir del ordenador a la nevera en menos de 12 pasos…mientras que su tejido adiposo sigue en alerta para almacenar en forma de grasa todas aquellas calorías que sobran.

El sedentarismo creciente y el consumo de alimentos ricos y calóricos (porque ‘rico’ y ‘calórico’, por desgracia, suelen ir unidos) han contribuido de manera notable al aumento del sobrepeso y la obesidad, pero no son los únicos culpables.

Factores que afectan al desarrollo de obesidad

Como hemos visto, la obesidad está considera como una enfermedad multifactorial condicionada por variables genéticas, nutricionales, sociales, psicológicas y un largo etcétera. A continuación vamos a intentar resumir las más relevantes.

Existe una enorme disparidad en cuanto a los datos de obesidad si nos fijamos en la etnia/raza, sexo, género, identidad sexual o estatus socioeconómico. De esta forma, la mayor prevalencia de obesidad se encuentra entre las mujeres negras, seguidas de cerca por las mujeres latinas en Estados Unidos. Estos resultados pueden deberse, entre otros motivos, al consumo de alimentos con calorías baratas con un menor aporte nutricional y a un ambiente obesogénico (es decir, aquel que favorece la obesidad).

Por el contrario, las personas asiáticas sin ascendencia latina tienen las tasas más bajas de obesidad. Un estatus socioeconómico bajo -educación, ingresos u ocupación- constituye un factor de riesgo para el desarrollo de obesidad, entre otros motivos debido al estrés que supone. Se ha observado que las personas que viven en un barrio con alta pobreza y un trato discriminatorio presentan mayor riesgo de obesidad central.

Las mujeres, por ejemplo, suelen engordar porque consumen una mayor cantidad de alimentos calóricos, mientras que los hombres lo hacen debido al consumo de alcohol. Además, ellos tienden a engordar más si sus amigos presentan unos mayores índices de obesidad.

Algunos países desarrollados, por su parte, relacionan la obesidad entre los hombres con un estatus elevado mientras que las mujeres deben permanecer delgadas para ser consideradas atractivas. En cambio, en países de Asia y África, la obesidad femenina ha sido considerada como causa de fertilidad mientras que en algunos países árabes la restricción del ejercicio en mujeres ha contribuido a su ganancia de peso.

No te extrañará leer que el uso de pantallas contribuye al sedentarismo. No sólo la televisión y la trigésima temporada de tu serie tienen la culpa, con su final abierto y tu postura pasiva en el sofá, también los videojuegos o los smartphones, cuyo uso durante un largo periodo de tiempo lleva asociado el consumo de comida basura. Las pantallas son responsables de un incremento de peso de entre el 5 y el 15%. Asimismo, la familia también condiciona de manera notable el grado de obesidad de los niños. En este sentido, se ha observado que si gemelos recién nacidos son separados al nacer y adoptados por distintas familias con o sin obesidad, los niños incrementarán su peso si el ambiente familiar es obesogénico (independientemente, por lo tanto, de su genética).

Tal vez te parezca una tontería, pero el diseño urbano también puede contribuir a la obesidad. Aquellos entornos urbanos donde los recursos están concentrados, en lugar de ocupar grandes extensiones de terreno, facilita que los ciudadanos vayan caminando, por ejemplo, al supermercado o al cine, sin necesidad de recurrir a vehículos de locomoción por encontrarse demasiado alejados de ellos.

La presencia de zonas verdes en la vecindad también favorece la disminución de la obesidad en todos los grupos de edad, aunque este aspecto podría favorecer especialmente a barrios con un estatus socioeconómico elevado debido a la calidad de estos espacios. Estas condiciones son especialmente importantes en el caso de los jóvenes, ya que se ha comprobado que están mucho más influidos por el entorno que les rodea que los adultos, por lo que un entorno que no favorezca la actividad física puede aumentar hasta en un 68% la incidencia de la obesidad en este grupo. Por el contrario, un vecindario con un bajo estatus socioeconómico presenta el doble de locales de comida rápida cerca de un centro de enseñanza que uno con un alto estatus. Además, las condiciones sociales de un vecindario con un estatus bajo han demostrado aumentar los niveles de estrés debido al ambiente social, lo que incrementa la obesidad abdominal.

Hablar de entorno urbano también es hablar de contaminación ambiental y no sólo la producida por los coches, sino que disponemos de un amplio catálogo de moléculas en nuestro entorno que pueden alterar nuestro organismo, conocido como disruptores endocrinos. Estos interruptores también pueden actuar como obesógenos.

El estado de nuestro propio cuerpo también puede contribuir a la obesidad. Sabemos que el hipotiroidismo contribuye a la ganancia de peso, así como algunos tipos de bacterias que residen en nuestro intestino. Se ha observado que las personas que consumen alimentos ricos en grasas y azúcares refinados y pocas frutas y verduras contienen en su intestino una mayor proporción de bacterias del grupo Firmicutes en comparación con las del grupo Bacteroidetes. Este hecho se relaciona con un aumento en la capacidad de extraer energía, en el aumento del tejido adiposo blanco y, con ello, de obesidad.

Después de toda esta información, tal vez pienses que lo mejor es hacer dieta (otra más) y ya está. ¿Has observado que las dietas a veces no funcionan? ¿O que incluso ganas más peso del que has perdido? Tal vez te suene eso de ‘hambre o alimentación emocional’, es decir, aquellas situaciones en las que comemos, no por una necesidad fisiológica, sino para gestionar el estrés o las emociones negativas. Este factor, unido a la percepción corporal alterada, son indicadores de riesgo para el desarrollo de obesidad.

Los factores que contribuyen al desarrollo de obesidad son comportamentales, sociales, biológicos, psicológicos, socioeconómicos, ambientales, de salud y sociodemográficos.
Figura 3. Resumen de los factores que contribuyen al desarrollo de la obesidad. Entre estos se incluyen factores comportamentales individuales, sociales, biológicos, psicológicos, el estatus socioeconómico, los ambientales, la salud y factores sociodemográficos. Adaptado de Safaei et al. 2021 con Canva.

Si a pesar de llevar una dieta equilibrada, una actividad física regular y de controlar, en la medida de lo posible, otros factores ambientales, psicológicos y sociales la obesidad persiste, puede que la genética tenga algo que ver, aunque suele ser menos frecuente. La obesidad inducida por factores genéticos se clasifica de la siguiente forma:

  • Monogénica: si se ha producido por una mutación genética en un único gen. Actualmente se conocen mutaciones en genes con un papel relevante en el sistema de equilibro energético hipotalámico (eje leptina-melanocortina). Se han descrito mutaciones en el gen de la leptina, en el del receptor de la leptina, en el de POMC, PC1/3, MC4R. Se han encontrado mutaciones en otros genes, como SIM1, pero se desconoce todavía el mecanismo por el cual causa obesidad.
  • Sindrómica: asociada a otros fenotipos como anormalidades en el desarrollo neurológico o malformaciones en órganos o sistemas. Incluye los síndromes raros Bardet-Biedl, Prader-Willi y Smith-Magenis, caracterizados por la obesidad como principal rasgo y asociados a otras alteraciones como retraso mental, defectos congénitos en los órganos o alteraciones endocrinas y faciales.
  • Poligénica: causada por la mutación de un amplio número de genes y la interacción con factores ambientales. Presenta una alta variación de un individuo a otro por lo que todavía requiere de una investigación más amplia.

Los genes que hemos heredado de nuestros padres no sólo son importantes, sino que el ambiente puede generar cambios en ellos que sean heredables por las siguientes generaciones. A esto se dedica la epigenética: a estudiar cómo factores como la edad, la dieta, el ambiente o las enfermedades pueden generar cambios en nuestros genes (en este caso, que puedan contribuir a la obesidad).

Gordofobia

Actualmente se ha acuñado el término gordofobia para hacer relación al rechazo que experimentan las personas obesas por el hecho de serlo.

Se ha observado que haber padecido obesidad durante la infancia o la adolescencia se asocia en numerosos estudios con condiciones socioeconómicas poco ventajosas en la edad adulta.

Además, se ha demostrado que la obesidad constituye un motivo de discriminación, al mismo nivel que el género o la etnia/raza. Así, las personas con obesidad son percibidas en el entorno laboral como menos disciplinadas, con menor capacidad de supervisión, con peor higiene personal, menos adecuadas para puestos de venta al público y con menos posibilidades de promoción. La obesidad, además, puede afectar al salario percibido (especialmente entre las mujeres).

Esta percepción no sólo afecta al entorno laboral sino también al sanitario, ya que se ha observado que los profesionales sanitarios perciben a las personas con obesidad como menos capaces para adherirse al tratamiento.

Estos sesgos externos sobre las personas con obesidad contribuyen a que estos pacientes los internalicen y los desarrollen como propios, lo que contribuye a su empeoramiento físico y mental.

Conclusión

Las cifras no dejan lugar a dudas. La obesidad no ha hecho más que aumentar en las últimas décadas hasta triplicar su incidencia. La obesidad ya no es una mera cuestión estética sino un problema de salud pública que acarrea numerosas comorbilidades crónicas y un gasto del presupuesto en salud.

Actualmente se considera una enfermedad multifactorial cuyas causas se encuentran cada vez más definidas, lo que permitiría un abordaje multidisciplinar para frenar su expansión y con ello la salud de la población.

Artículo editado por Ricardo Hernández Cardeñas

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https://seedo2022.es/index.php/bienvenida. Consulta realizada el 31/12/2022.

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Etiquetas:
Almudena García Carrasco

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