Las noticias de los últimos años no dan lugar a dudas: embriones artificiales, bebés triparentales y avances en genómica del desarrollo. Como si por culpa de un reloj sumamente delicado fuese, la comunidad científica y la sociedad en su conjunto se enfrenta a la pregunta capital en bioética: ¿cuándo comienza la vida humana? En este artículo, examinaremos de cerca las dos principales posturas en esta contienda: la teoría preformacionista y la teoría epigenética.
Cada una con sus fortalezas y limitaciones, estas corrientes nos invitan a reflexionar sobre la naturaleza de la humanidad y los dilemas éticos que surgen en un mundo en constante evolución científica y tecnológica. Invito al lector a adentrarse en este fascinante pero empantanado terreno, donde los fundamentos morales y los avances biotecnológicos se entrelazan, con el objetivo de encontrar puntos de encuentro y construir una visión sólida hacia el futuro.
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El informe Warnock o cómo andar sobre la cuerda floja
El estado jurídico y ético de los embriones resulta ser una cuestión tan peliaguda como interesante. Las restricciones y regulaciones no solo dependen de la aplicación científico-sanitaria que se vaya a realizar con ellos, sino que también deben considerarse aspectos como su procedencia y el marco espaciotemporal.
A medida que avancemos en el artículo, veremos que no es lo mismo considerar a un embrión resultante de la inseminación de dos gametos humanos, que a un modelo celular cuyo propósito y capacidad se limitan a emular un estadio específico de la ontogénesis. El primero posee todo el potencial necesario para desarrollarse como un ser humano y es por ello por lo que está sujeto a intensas limitaciones, especialmente en cuanto a edición genética o a investigación se refiere. El segundo, al ser un modelo limitado, se encuentra más liberalizado a nivel jurídico.
Figura 1 | Mary Warnock, presidenta del comité encargado de redactar el Informe Warnock, hito de enorme repercusión regulativa en la investigación sobre embriones.
Este último punto es sumamente importante; los embriones sintéticos no son embriones sensu stricto, son modelos de investigación, generalmente sustentados en células madre embrionarias (ESC´s) o pluripotentes inducidas (iPSC´S), que de manera más o menos compleja permiten a los investigadores desvelar los secretos de la organogénesis, medicina regenerativa y ontogénesis humana. Eso sí, los hay ciertamente complejos, llamados modelos integrativos, que incluyen células extraembrionarias con el fin de aproximarse a ese ambiente folicular o intrauterino.
Pues bien, todos estos modelos están incluidos en la clasificación menos restrictiva, el nivel 1B, de la Asociación Internacional de Investigación en Células Madre (la ISSCR) siempre y cuando se destinen a investigación in vitro. De ninguna manera se permitiría transferir modelos de embriones a un útero animal o humano, por ejemplo. De la misma manera que resulta estrictamente prohibido llevar a un cigoto, pasando por blastocisto, al estado de gastrulación del 14º día.
La pregunta evidente es; ¿por qué el 14º día? ¿qué tiene ese momento temporal, ese número mágico, para que el embrión necesite un régimen jurídico completamente distinto? Lo que está claro es que para la ISSCR el paradigma no es tanto el qué se investigue sino el cómo se utilice. Es una cuestión de formas, contexto y coyuntura, de evaluar el riesgo de que ese modelo pueda dar lugar a un humano viable en unas circunstancias dadas. Hasta ahora el 14º día era un límite cómodo, muy pocos habían conseguido cultivar blastocistos in vitro más de una semana. Hasta ahora.
En 1984 se publicó el archiconocido Informe Warnock, llamado así por la presidenta del comité que lo redactó. En este se proclamó que los embriones humanos no eran humanos, pero que merecían un respeto, dignidad y protección especial, más cercano al de un verdadero sujeto de derecho que al de un bien jurídico inerte.
Y fue en ese preciso momento que se impuso la regla del 14º día como límite para la investigación en embriones. ¿Significa esto que para el comité de Warnock el embrión ya es humano pasado ese marco temporal? En absoluto. Nunca llegaron a definir en qué momento preciso del desarrollo un embrión alcanza la humanidad.
La realidad es que, tal y como admitió Warnock, el informe fue un compromiso con la sociedad, un intento de poner sobre la balanza la necesidad de investigar en los embriones y la reticencia e inseguridad moral que ello supone. El objetivo era trazar una línea roja, que en su momento estuviera alejada de la realidad técnicamente posible y que sirviera como andamiaje legislativo, como una especie de muro de piedra para que la sociedad pudiera sentirse segura de que la comunidad científica no llegara más lejos de lo que estamos preparados a asumir fuera de la ciencia ficción.
Ahora ese límite ha caído; ya es perfectamente viable el cultivo de blastocistos hasta la gastrulación, lo que supone una oportunidad única para descubrir esa caja negra del conocimiento humano que supone el periodo entre el 14º y 22º día; la formación de la línea primitiva, la diferenciación de las capas embrionarias, el sistema nervioso central, y un largo etcétera. Si antes era nuestra falta de miras lo que nos impedía ver el horizonte del conocimiento ontogénico, ahora es un muro que nos lo tapa. Y son muchos los científicos que exigen derribarlo.
La línea primitiva en embriones
Sin embargo, aunque la regla de los 14 días ha sido fruto de intenso debate y crítica por su arbitrariedad, existen argumentos biológicos verdaderamente sólidos para fundamentar ese punto de no retorno. El 14º día marca, en la mayoría de los casos, la aparición de la línea primitiva, una estructura anatómica que divide al cigoto en dos y define la simetría de este. Es el punto que marca hitos ontogénicos como el desarrollo de las capas embrionarias (endodermo, mesodermo y ectodermo), o el sistema nervioso central.
Simplificándolo mucho, es el punto en el que esa agrupación celular llamada mórula adquiere por primera vez una geometría definitiva de sus tejidos futuros, para después pasar a las gastrulación y la anidación del embrión en el útero materno.
Figura 2 | La línea primitiva (primitive streak, en inglés) aparece gradualmente en el embrión alrededor del 14º día.
Pero sobre todo esta línea primitiva marca el fin de la posibilidad de que el embrión pueda dividirse en dos, dando lugar a los gemelos homocigotos, o que dos embriones puedan fusionarse en uno solo, lo que se conoce como quimera postcigótica. Resulta tentador definir al cigoto inicial como unidad atómica de la individualidad humana, pero tal atribución es casi imposible de aceptar si no es hasta el 14º día que podemos conocer el número definitivo de entes biológicos autónomos.
Es realmente poderoso el argumento que defiende que un cigoto no pueda ser individuo humano ya que, aun aceptando el humano, este carece de la unicidad cierta y permanentemente que se requiere para atribuir individualidad.
Ambos son casos porcentualmente raros, es cierto, pero es saludable recordar que la bioética se beneficia enormemente de estos casos extremos. De la misma forma que creo que la casuística ética puede pecar de falta de aplicabilidad si se intentan moldear nuestros principios en base a eventos minoritarios y extraños, también considero importante explorar e indagar hasta el reductio ad absurdum cuando hablamos de definir algo tan sagrado y jurídicamente delicado para el bienestar de nuestras sociedades como es el atribuir humanidad. La línea entre la acción inocente y el delito de lesa humanidad es más fina de lo que nos gustaría.
La unidad moral atómica de la humanidad
Los defensores de la línea primitiva se enfrentan a dos problemas a la hora de defender su postura. El primero es que el desarrollo humano está lejos de ser categórico y por fases. La vida humana es un viaje y proceso continuos, siempre creciendo y cambiando hasta el día de nuestra muerte. De hecho, existen embriones los cuales carecen de línea primitiva hasta el 21º día, por lo que la regla está lejos de ser perfecta. El segundo contraargumento sería el de su arbitrariedad. ¿Por qué elegir la línea primitiva, y no otras estructuras, como la que define que un ente deba estar protegido por la sociedad como humano de pleno derecho?
Según el genetista e ingeniero Juan Ramón Lacadena el ente biológico con calidad de individuo debería cumplir dos características: la unicidad y la unidad. Y claro, según esta lógica el cigoto previo al 14º día no cumpliría ninguna de las dos; la unicidad quiere decir que un humano ha de ser único e inmiscible, por lo que la posibilidad de quimeras postcigotas lo descarta. De igual forma la unidad requiere indivisibilidad, requiere que el cigoto no pueda dar lugar a más de un solo humano, por lo que la existencia de gemelos lo desmiente.
Eso sí, por muy buen punto de referencia que pueda ser la línea primitiva, no deja de ser uno de muchos. Se sigue sin definir un verdadero elemento sustancial que permita declarar sin género de dudas que un embrión ya es un ser humano. Y es extremadamente importante que lo hagamos, o de otra forma concurriríamos en la, en mi opinión, insensatez de dejar a la arbitrariedad ajena la capacidad de otorgar y quitar la humanidad y, por tanto, derechos de alguien.
La moral y sistema penal occidental se cimentan sobre el derecho a la vida y el respeto hacia el proyecto de vida del prójimo. Si no tenemos unos cimientos morales robustos, todo el castillo de naipes se vendrá abajo en cuanto nos enfrentemos a un futuro para el que no estamos preparados.
Por lo que, ¿en qué punto ponemos la línea de la humanidad? Referenciando la analogía que propone Michael Sandel en A Case against Perfection; ¿cuántos pelos hacen falta para dejar de ser calvo? ¿cuántas pajas hacen a un pajar? ¿cuántas células hacen a un humano? Quizás el Ser Humano no se pueda definir solamente por la unidad material del que está compuesto, quizás la definición de humanidad requiera que tengamos en cuenta el contexto, interacciones y estado de ese ente biológico material. Quizás seamos más que simplemente un cuerpo físico.
Yo soy yo, y mis circunstancias
Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo
José Ortega y Gasset
Recapitulando todas las ideas presentadas hasta ahora uno puede llegar a la conclusión de que existen dos corrientes de pensamiento populares al respecto de status jurídico del embrión.
- Por un lado, está la teoría preformacionista, la cual defiende que el embrión sí es humano per se, ya que es la mínima unidad biológica diferente genéticamente a la de sus padres y con el potencial de dar lugar a un humano adulto. Esta sería la postura que generalmente se suele identificar con los prolife.
Como suele ocurrir, esta tesis tiene muy buenos puntos deontológicos a favor, a costa de una baja aplicabilidad en la casuística de nuestras vidas. Se trata de una de las pocas teorías determinísticas, que realmente nos definen cuándo comienza la vida humana; en el momento de la concepción. Además, una de sus mejores bazas es que se fundamenta en el potencial, argumentando que la diferencia entre un embrión y bebé es la misma que entre un bebé y un niño, o un joven y un adulto; esto es, comida y tiempo para desarrollarse.
La postura preconformacionista tiene sin embargo dos problemas principales: el primero y más evidente es la absoluta incompatibilidad que supone elevar a sujeto de derecho a un cigoto en la sociedad actual, en donde los avances en reproducción asistida, medicina de precisión y la edición genómica se nos vienen encima, estemos preparados o no.
La ética debería usarse para mejorar la vida de las sociedades y obtener soluciones prácticas en base a principios o virtudes que nos permitan tener la conciencia tranquila en caso de, inevitablemente, alguien meta la pata.
El segundo contraargumento ya se ha descrito anteriormente y es que, a pesar de que define exitosamente cuándo se es humano, falla a la hora de definir al cigoto como individuo humano. Resulta sencillo argumentar que una persona, jurídicamente hablando, ha de cumplir ambos términos para ser considerada como tal.
- Y por otro lado tenemos a los postulados de la teoría epigenética. Esta se presenta como contraria de la preconformacionista al desplazar el foco hacia el contexto. Un ser humano no puede ser definido como tal sin tener en cuenta las interacciones, sinergias y dependencia con el ambiente. Un cigoto no es autónomo ni autosuficiente, no puede convertirse en un individuo por sí mismo. Necesita de la anidación uterina para definir espacialmente los tejidos, y de un complejo entramado epigenético fruto del contexto natural de la placenta. Es por esto por lo que según esta teoría los embriones sintéticos o células madre en experimentos in vitro nunca deberían ser considerados humanos, ya que la humanidad es fruto de las interacciones del ente biológico con un ambiente concreto.
Igual que ocurría con el preconformacionismo, nos encontramos con una de cal y otra de arena. La teoría epigenética está mucho más cerca de las reglas de la ISSCRen cuanto a trasladar la atención de qué célula se usa al cómo se usan, y qué riesgo de progresión tiene un experimento. Es una teoría mucho más aplicable, siendo más laxa y requiriendo del análisis de cada experimento y la valoración de dichos riesgos. Sin embargo, esta peca de no ser determinística, al únicamente dejar claro que el embrión necesita algo más para ser humano, pero sin definir entonces cuál es esa línea roja.
Además, aunque es cierto que un embrión no puede progresar ni definirse por sí solo, tampoco lo puede hacer ningún humano con independencia de su estadio vital. Todos necesitamos o nos vemos influenciados por las interacciones con nuestro entorno, seres queridos, alimentación y familia. La dependencia absoluta de agentes o sujetos externos no debería ser argumento para excluir a alguien de la etiqueta humano.
Conclusión: pisando arenas movedizas
El enorme problema de las teorías relacionadas con el establecimiento de la humanidad en la ontogénesis se resume en la lucha entre el progreso y la tradición, entre la deontología y el utilitarismo. Es uno de los enfrentamientos filosóficos más antiguos de nuestra sociedad y, por mucho que esta haya cambiado a lo largo de los siglos, nuestros debates sobre las teorías altas de la moralidad no parece que vaya a decaer.
La postura preconformacionista está equivocada al declarar que el embrión sea el ente autónomo e individualizado del ser humano. Y, sin embargo, es el cigoto la unidad más básica que se puede pensar la cual tenga el potencial de convertirse en uno, en las condiciones adecuadas. Condiciones que son igual de protagonistas y cruciales que la propia célula.
El problema parece ser el intentar adecuar una clasificación binaria, ser o no ser humano, a un proceso de desarrollo biológico intrínsecamente continuo. Y muy a mi pesar, debemos hacer esa clasificación binaria. Como sociedad debemos encontrar el consenso fáctico y sólido de cuándo y qué consideramos un humano.
El camino hacia un futuro biotecnológico es excitante y desconocido, pero si como sociedad deseamos que el trayecto no se convierta en un infierno, entonces debemos hacer el esfuerzo de que este se sustente en una moral sólida y axiomas robustos. No querría acabar pisando arenas movedizas para llegar al futuro, puede que estas acaben engulléndonos.
Artículo editado por Equipo de Microbacterium
Bibliografía
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