La parábola de los talentos se resuelve de la siguiente manera: ”A todo el que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”. Palabras de San Mateo. Robert K. Merton.
Este sociólogo estadounidense, estudió como se aplicaba esta premisa en la ciencia, y de ahí el nacimiento del llamado efecto Mateo, según el cual los científicos cosechan más aplausos que sus compañeras. Ellas participaron, ayudaron, estuvieron, eso seguro. ¿Sus nombres? Cuesta encontrarlos. Margaret Rossiter, historiadora, le dio la vuelta al teorema dándole voz y protagonismo al género afectado: el efecto Mateo se convirtió en efecto Matilda y las compañeras fueron llamadas con propiedad: científicas. Hoy, el legado de mujeres como Hypatia, la primera mujer astrónoma, se extiende como el cielo que estudió y la búsqueda de la igualdad en la ciencia da día a día un pasito más.
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La ciencia se autoanaliza
Una de las revistas con más prestigio a nivel mundial en el ámbito científico, Nature, publicaba en 2013 un análisis a nivel mundial del número de publicaciones científicas por parte de los hombres, y por parte de las mujeres. En un mapamundi, representaba en azul los países en los que había una clara superioridad de publicaciones encabezadas por hombres, y en rojo donde dominaban ellas. Pusieron el océano de color gris porque de lo contrario no se distinguiría la tierra.
No obstante, en 2001 en España el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), una de las organizaciones más importantes a nivel científico en el territorio nacional, se convertía en pionero una vez más, aunque con un proyecto diferente a los que nos tiene acostumbrados. El instituto cuenta con un equipo de mujeres que además de sus respectivos proyectos de investigación, completan entre todas un análisis anual de la situación de las mujeres en el campo de la ciencia en España. El Informe Mujeres Investigadoras se realiza desde el año 2001 y se centra en el CSIC. Tiene como objetivo principal visibilizar la situación y de manera indirecta pretende ayudar a eliminar las barreras de las investigadoras en su carrera profesional.
Una vez repasado el informe, ver el vaso medio vacío o medio lleno es decisión de cada uno. La introducción del que es el informe número 20 es presentada por Rosa Menéndez, ex-directora del CSIC. Acto seguido, el lector se zambulle en datos. Se divide al personal del ámbito científico en científicos titulares, investigadores científicos y profesores de investigación, ordenados de menor a mayor rango en la institución.
Si bien la proporción de mujeres en profesores de Investigación llega al 25%, la cifra acordada por la Unión Europea en su camino para la igualdad, es evidente que la presencia de la mujer disminuye tras acabar sus estudios de doctorado, y ello se mantiene en todas las categorías de la carrera profesional. Esta tendencia es llamada ‘tijera’ por la forma que crea en los gráficos.
Otro concepto relevante y cada vez más popular es el de ‘techo de cristal’. Se trata de un valor obtenido con una fórmula, con el que se mide la proporción de mujeres en la categoría de investigadoras respecto a la proporción de mujeres en la categoría de profesores de investigación. Un índice 1 indicaría situación de igualdad. Actualmente el índice es 1,42. Todavía tenemos el techo de cristal, pero en comparación con el índice de 2,33 que se obtuvo en el 2001, parece que estemos cerca de poder hacerlo añicos con nuestras propias manos.
María Jesús Santesmases, profesora de investigación y perteneciente al Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del CSIC, opina similar: “Las mujeres están en un 40% o más en las aulas, pero no en posiciones de responsabilidad. Soy partidaria de la discriminación positiva, no hay otra manera.”
Al margen de los datos numéricos, Rosa María Pérez, primera subdirectora de Medicina Legal y Ciencias Forenses en Cataluña, pone voz y rostro a los análisis del informe: “En la perspectiva de igualdad, debemos incluir el factor ‘síndrome del impostor’, aquel que se da cuando las mujeres, en entornos muy masculinos, pueden tener la sensación de no estar nunca a la altura”. No es un sentimiento nuevo, sino acumulado por generaciones y generaciones de ‘trabajos de hombres’ y mujeres sin trabajo.
Al otro lado del charco, la revista Scientific American publicaba en 2013 un artículo acerca de la falta de mujeres en ciencia, de la mano de Eileen Pollack. En dicho artículo se hace hincapié en las diferencias culturales que acentúan esta situación. Si bien, por un lado, situaciones como las guerras mundiales generaron que en EE.UU las mujeres tomasen roles ‘masculinos’ y se acercasen un poco a la ciencia, todo volvió a la normalidad cuando el país se recuperó.
La perspectiva es similar en muchos países. Nadia Chiaramoni, investigadora activa en CONICET, Argentina, se ha encontrado en situaciones asumiendo el rol de secretaria llevando cafés a sus compañeros, que eran profesionalmente exactamente igual que ella e iban a reunirse con ella. “Nadie me lo pidió, pero tampoco nadie se sorprendió ni se planteó ayudarme”, cuenta. En conjunto, la mezcla de testigos investigadoras alrededor del mundo muestra un sentimiento de lucha constante por ser valoradas. Las cifras lo confirman.
Suspenso en difusión en prensa y cine
La era de la tecnología nos facilita, desde hace ya unos años, la difusión rápida y económica de ideas, proyectos y productos musicales, fotográficos o cinematográficos. Llega a muchos en poco tiempo. Y es precisamente en ese aspecto, en el cual radica una gran responsabilidad: aquello que se difunda debe ser cuidadosamente analizado, pues su repercusión puede ser amplia. En este aspecto, la sociedad occidental ha suspendido. La prensa y el cine están en deuda con las mujeres, y recientemente se están publicando análisis de los errores cometidos en divulgación de masas.
En términos de prensa, la investigadora de medios de comunicación Eva Aladro hizo un llamamiento a los periódicos nacionales tras publicar en 2013 un artículo en el que se demostraba la minoritaria presencia de las mujeres en la difusión de artículos científicos. Durante 6 meses se analizó la producción de los periódicos de mayor tirada a nivel nacional: El País, El Mundo, ABC, La Vanguardia y La Razón. Para empezar, solo el 2,26% de las noticias se referían a ciencia. Por otro lado, aunque las periodistas hablen más de mujeres científicas que ellos, hablaban un 83.8% de científicos y sólo un 26.2% de científicas.
Finalmente, en una valoración general de la presencia de la mujer científica en los periódicos, todos ellos mostraron una gran diferencia en cuanto a la difusión del trabajo de los hombres respecto al de las mujeres. A grandes rasgos, el 0,32% de las noticias hablaban de mujeres científicas. En otras palabras, una de cada trescientas noticias. O visto de otro modo, una de cada sesenta trataba de hombres científicos.
Otra crítica que ha recibido la prensa va más allá de su contenido escrito y se refiere a las ilustraciones. David González y su equipo, de la Universidad de Valencia, analizaron las fotografías de científicos que aparecen en los periódicos de mayor tirada de España. Esta vez
no se analizó la frecuencia con la que aparecían hombres o mujeres sino más bien, con qué finalidad. Se identificó un fin informativo, relativo a la noticia, y otro meramente ilustrativo, de decoración. Algunos de ellos aparecían de forma ilustrativa, concretamente un 5,3%. En el caso de ellas, esta vez ganan: son, en un 25,9% de las veces, una imagen meramente ilustrativa.
Beatriz Sevilla es una física de 25 años que actualmente trabaja en Scienseed, una agencia de comunicación científica en España. Está diariamente en contacto con multitud de artículos científicos y reconoce que la minoridad de las mujeres en la ciencia es palpable.
Beatriz propone un razonamiento lógico que tal vez pueda pasar desapercibido: “Realmente, hay menos mujeres en la ciencia. No sólo es un hecho crucial que la edad de mayor producción científica coincida con la maternidad, sino que además se nos sigue asociando el trabajo de casa, el cuidado de los niños y de personas dependientes”. No obstante, Beatriz asegura que, si bien las mujeres siguen apareciendo menos en los artículos, se ha dado cuenta que poco a poco van ocupando posiciones principales en los grupos de investigación.
Cambiando de medio de difusión, también suspendemos en el cine. Si bien diversas películas con gran audiencia presentan mujeres científicas, se repiten una serie de estereotipos. Eva Flicker, de la Universidad de Viena, publicó en 2016 un artículo en el que presentaba y analizaba los diferentes perfiles de mujeres científicas que había encontrado en una búsqueda de sesenta películas, producidas entre 1929 y 2003.
Algunos de ellos son: la experta y veterana, presentada como la Dra. Constance Peterson, interpretada por Ingrid Bergman en ‘Recuerda’, de Alfred Hitchcock. La doctora es una experta psiquiatra, pero cuando se enamora de un hombre, se desmelena, desaparecen las gafas y se equivoca. El público entendió que le faltaba el amor, que aquella doctora se sentía incompleta. Flicker considera que en el filme se representó un perfil de mujer en el que la feminidad en sentido clásico y eficiencia profesional no iban de la mano.
En ‘La amenaza de Andrómeda’, de Robert Wise, la Dra. Ruth Leavitt, interpretada por Kate Reid, es una científica con voz grave que asume un papel algo más asociado culturalmente a la masculinidad: viste ropa cómoda e incluso bebe, fuma, y es asexual. Una vez más, cuesta asociar el desarrollo profesional exitoso al perfil más femenino.
Un nuevo perfil se presenta en el filme super taquillero de ‘El mundo perdido: Parque Jurásico’, dirigida por Steven Spielberg. En él, Julianne Moore interpreta el papel de la paleontóloga Sarah Harding, una eminencia en el mundo de los dinosaurios. Sin embargo, cuando en pleno parque jurásico, dos hombres (uno de ellos su pareja) discuten sobre los peligrosos reptiles que supuestamente están extinguidos, ella calla y no interviene en la discusión. La película gira en torno a los dinosaurios, su comportamiento y qué estrategias pueden tener ellos para salir vivos de allí. No obstante, Sarah Harding no destaca por sus conocimientos, sino que más bien aporta momentos sensibleros: es buena, bonita, e ingenua.
Redoble de tambores para presentar la siguiente película: ‘Indiana Jones y la última cruzada’. Esta vez, Spielberg nos deleita con una científica malvada, la Dra. Elsa Schneider, interpretada por Allison Doody. Explosiva, joven, competente, aunque también nazi y peligrosa. Gracias a su malicia natural y sus habilidades como mujer, se lleva tanto a Indiana Jones como a su padre a la cama para conseguir sus objetivos sin remordimiento alguno. La autora del artículo encontró en este filme la relación ambivalente entre la sociedad y la ciencia. Sus beneficios, así como sus errores y también recelo, una categoría emocional que en nuestra cultura se asocia a menudo a la mujer.
Un estereotipo algo más extendido es de la heroína solitaria, materializado por Jodie Foster en ‘Contact’, donde interpreta el papel de Dra. Ellie Arroway, una científica brillante, independiente y luchadora, que será la primera en tener contacto con los extraterrestres. De ahí, afirma Flicker, nacieron otros personajes como la Dra. Temperance Brennan, en la serie Bones. Aun así, la Dra. Temperance es una científica magnífica a la que le falta algo. Y ese algo es el hombre de su vida, el amor, que la convierte en peor profesional porque está despistada por su hombre.
Flicker concluye en su artículo que los estereotipos se extienden a todo el género cinematográfico, e inevitablemente, a la sociedad y a su cultura. Rechaza que la ciencia cree los estereotipos sino todo lo contrario: la sociedad crea e impone estereotipos que se establecen finalmente en la ciencia.
Perspectivas de futuro
Que revistas punteras en ciencia como la muy aclamada Nature nombren, por primera vez en 148 años, a una mujer como editora, es buena señal. Que el CSIC en España, tenga ya por segunda vez a una mujer, Eloísa del Pino, como presidenta, es buena señal.
Las mujeres que han participado en este reportaje cubren varios lugares del mundo y nos ofrecen una visión optimista, cercana y real, y ello no puede dejar de lado un factor que va de la mano con el género: la maternidad. La etapa de mayor producción científica, que se cierne en torno a los 27 años y hasta los 36 o 38, coincide con la ‘llamada de la naturaleza’.
En algunos casos, genera que las mujeres se abstengan de tener hijos para poder dedicar más tiempo a su carrera. En otros, produce abandono de la investigación para dedicarse a una labor más compatible con la maternidad, como la enseñanza en universidades. También en algunas ocasiones la crianza de los hijos no es más que un estímulo más para seguir con la carrera y con la vida, como cuentan dos científicas de gran nivel.
Katy Souza Santos, que estudia el tratamiento de alérgenos en comida e insectos en Sao Paulo una de las científicas escogidas para un reportaje de la revista Nature, publicado en 2013, que pretendía reflejar la realidad de la combinación de maternidad y ciencia. Katy contó a la revista que se levantó una noche con vómitos y mareos, cosa que ya venía siendo frecuente en las últimas semanas. Al día siguiente, fue informada de que había recibido una prestigiosa beca que le permitiría tener su propio laboratorio y proyecto. Además, iba a tener gemelos. Cuando lo dijo en el laboratorio, el equipo la apoyó. «¿Por qué debería de abandonar mi carrera ahora?», preguntó a la entrevistadora.
Otro testimonio interesante del reportaje viene de la mano de Amanda Weltman, que estudia en Sudáfrica el fenómeno de la energía negra, en la cual se basa la teoría del Big Bang, y que se caracterizó a si misma por nunca haber creído en los estereotipos. Madre de dos niños, y siendo tanto ella como su marido dos científicos de renombre, contó que lograban salir adelante gracias al apoyo mutuo. Weltman expresó que las niñas y las mujeres no necesitamos modelos femeninos, pero sí buenos modelos además de apoyos administrativos.
Si bien la ciencia requiere de una dedicación muy elevada, las instituciones pueden ofrecer facilidades para que ellas puedan combinar su vida personal con la investigación. Detalles como salas tranquilas para dar el pecho a los niños o salas de juegos son cada vez más comunes en los centros de trabajo.
En España, Eulalia Pérez Sedeño es Profesora de Investigación en Ciencia, Tecnología y Género y directora del Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía del CSIC. Una de sus preocupaciones principales sigue siendo la maternidad: “la igualdad será difícil si no se comparte el cuidado de niños y mayores”.
No obstante, remarca que en 2006 se modificó la normativa de evaluación de científicos para ayudarlas a ellas a compaginar el trabajo con los hijos. La evaluación de un científico o científica es un proceso que se basa en las veces que el autor/a o sus trabajos son citados. La cita denota interés y se establece un promedio de éstas en función de los artículos publicados y el tiempo que lleva esa persona en activo en la ciencia. A mayor número de citas, mayor es el renombre del experto/a.
Este sistema perjudicaba a las mujeres científicas, pues cuando pedían la baja por maternidad esos meses seguían siendo incluidos en el promedio. Sin embargo, no publicaban durante ese periodo y evidentemente el número de citas bajaba, con lo que la evaluación no podía ser tan buena como la de sus compañeros. Fue así hasta que Eulalia y su equipo decidieron intervenir e insistieron hasta lograr que esos meses no contabilizasen en el cálculo.
Conclusión
«La ciencia está cambiando», cuenta Nadia Chiaramoni, «La estructura del ADN recibe el nombre de doble hélice de Watson y Crick». En realidad, los mencionados investigadores basaron su teoría en unas imágenes de increíble calidad tomadas con rayos X por Rosalind Franklin, una científica que apenas recibió reconocimiento en su momento. Nadia rebautiza el descubrimiento: «Yo la llamo doble hélice de Rosalind». Afortunadamente este hecho es contado cada vez con más frecuencia, y Franklin cada vez más reconocida. ¿Cuál es vuestra historia?
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