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El tamaño del cerebro y la inteligencia ¿Realmente somos los seres humanos tan listos como creemos?

¿Alguna vez has visto un gato descubriendo un nuevo planeta? ¿Y a una jirafa desarrollando una vacuna que salve al resto de jirafas de una pandemia? ¿O a un ruiseñor resolviendo un problema matemático complejo?

Lo más seguro es que no. Estos son hitos del conocimiento que atribuimos, únicamente, a los seres humanos. Pero, ¿quiere eso decir que la inteligencia de los humanos es superior a la del resto de animales?

Considerando lo anterior, cabría pensar que así es. Sin embargo, la respuesta a esta pregunta no es tan evidente como puede parecer, y para poder responderla adecuadamente es importante conocer de dónde venimos, y por qué no, hacia dónde podemos ir.

La visión darwiniana y como sus malinterpretaciones afectaron al entendimiento de la inteligencia

Para esto, nadie mejor que Charles Darwin (1802-1882), célebre naturalista inglés, que en su obra El origen de las especies propuso la Teoría de la Evolución. En ella, en contra de las corrientes de pensamiento de la época, y no sin un gran esfuerzo personal, argumentó de forma exhaustiva que las especies no eran independientes unas de otras.

Es esta idea la que ahonda en la mente de Darwin, y que dirige toda disertación en la que una variación natural es progresivamente acumulada y seleccionada por el ambiente, alimentando un motor de cambio continuo y que da lugar a la selección natural, como principal mecanismo de evolución biológica.

Si bien hoy en día todos conocemos y existe un gran consenso en torno a los fundamentos de las palabras de Darwin, en su tiempo y durante un prolongado período de escepticismo, las ideas del inglés fueron tildadas de conjeturas y fervientemente atacadas. En especial, por las mentalidades más religiosas y conservadoras, defensoras de una corriente mucho más alineada con la teología y la percepción creacionista.

Aún en la época presente, estos comportamientos han sido fuertemente denunciados en los libros del biólogo evolutivo y divulgador Richard Dawkins (1941 – Presente), quien llega a redefinir la síntesis moderna de la Teoría de la Evolución como un teorema, dando evidencias de su robustez y consistencia.

Retrato de Charles Darwin, naturalista inglés del siglo XIX autor de la obra El origen de las especies.

La aceptación y el consenso en torno a las propuestas de Darwin abre un nuevo capítulo en la historia de la Ciencia, y que continúa aún hoy en día.

Sin embargo, existen algunas cuestiones no resueltas dentro de los razonamientos de Darwin. Tal es el caso de la anagénesis, que ya sea por descuido o interés se ha tergivesado y propagado con algunas ambigüedades. Este término se refiere al proceso evolutivo por el que una especie ancestral da lugar, por medio de una serie de modificaciones, a una única especie descendiente.

Aunque su definición parece clara, esta idea se ha visto contaminada por percepciones pre-darwinianas que hoy sabemos falsas, como son: el sentido lineal de la evolución, la tendencia de mejora continua (evolución como sinónimo de progreso), y el axioma antropocéntrico, en el que el ser humano encarna la perfección.

Estos sesgos no se han limitado a la evolución de las especies en un sentido amplio, sino que también han influido en cómo entendíamos el origen evolutivo del cerebro humano.

Este no ha sido un sesgo menor, y como ejemplo podemos citar al científico Harry J. Jerison, que en 1973 presentó el cociente de encefalización como una forma de comparar la inteligencia de distintos organismos, guiado por la idea de que el tamaño del cerebro y su complejidad deberían explicar un incremento de la percepción de la realidad que procesaba el cerebro. De hecho, el paleontólogo Alfred Romer (1894-1973) llegó a defender que la extinción de los dinosaurios se debía en parte al pequeño tamaño de su cerebro y al efecto que esto tenía sobre su inteligencia.

Pero no hace falta irse al ámbito científico, ya que hay ejemplos que muestran cuanto han permeado estas ideas en la cultura popular. Tal es el caso de Homer, personaje de Los Simpsons, padre de familia simple e iracundo que se representa siempre como el portador de un cerebro diminuto, siendo el tamaño de su cerebro acorde a su inteligencia, e inversamente proporcional a su grado de estupidez.

Representación del cerebro de Homer Simpson, reflejando su bajo nivel de inteligencia
Recreación del cerebro de Homer Simpson, personaje de la serie de animación The Simpsons. Fuente: EuropaPress.

Encefalización, ¿la clave de la inteligencia?

Tomando esta idea como hipótesis, y considerando el grado de encefalización, muchos científicos tomaron medidas cerebrales de distintos seres vivos. Esto daría una respuesta a si “el tamaño del cerebro se corresponde con el grado de inteligencia”, y si tal y como se sostenía, el cerebro humano era el de mayor tamaño e inteligencia de todos.

Los datos no engañan y, si el tamaño del cerebro fuese tan determinante, está meridianamente claro que el cerebro de especies como los elefantes, cachalotes o delfines es mucho mayor, y pesa más que el de los humanos.

Estos resultados fastidiaron a los más puristas de la hipótesis de la encefalización, que se negaban a reconocer que un elefante podía ser más inteligente que ellos. La evidencia parecía dictar que la clave de la inteligencia no debía estar en el tamaño absoluto del cerebro, así que debía de ser relativizado. El tamaño del cerebro en relación al peso corporal debía de esconder la confirmación y la clave de la encefalización como criterio de capacidad intelectual.

Se tomaron varios mamíferos, y se cuantificó el peso relativo o proporción alométrica, se comparó con el de los humanos, y se confirmó que el cerebro humano estaba por encima considerando todas las especies de mamíferos estudiadas. ¡Eureka!

Teníamos una respuesta contundente y medible de por qué, definitivamente, somos más listos que un asno. Además, este sistema parecía perfecto, estaba normalizado, demostraba que los mamíferos estábamos a un nivel superior del resto de seres vivos, y perpetuaba una percepción de sistema de escalones en el que el hombre se encontraba en el nivel superior.

Proporciones alométricas cerebro-cuerpo. Representación del peso cerebral frente al peso corporal (escala logarítmica) en varios seres vivos, mostrando valores superiores en mamíferos respecto al resto. Fuente: Butler, 2009.

En Ciencia a esto se le llama sesgo de confirmación, y desgraciadamente es, en ocasiones, una trampa frecuentemente transitada por investigadores de todas las épocas. Esto puso una venda en los ojos, que ocultó en primera instancia que existían datos de ciertas especies que rompían con el patrón descrito, de tal modo que al tenerlas en cuenta no se cumplía el principio de encefalización, aún considerando el tamaño relativo del cerebro.

Esto dio al traste con la afirmación que se había propuesto: el ser humano no tiene un tamaño cerebral relativo mayor. Pese a ello, sucesivas investigaciones persistieron en la idea de buscar una correlación entre el tamaño cerebral y la inteligencia, eso sí, con nuevas aproximaciones. Así se estudiaron parámetros como el grosor de la corteza cerebral, su plegamiento, o el tamaño de áreas cerebrales específicas relacionadas con el procesamiento de la información, como la corteza prefrontal.

Se llegó incluso a estudiar el número de neuronas del cerebro de distintos mamíferos, se comparó con su peso cerebral, y se llegó a la conclusión de que el ser humano tenía un mayor número de neuronas. Como guinda… ¡el tamaño cerebral observado era mucho mayor al esperado!

Comparación peso cerebral y número de neuronas. Estudio realizado entre varios tipos de mamíferos. Fuente: BrainMuseum.org y Herculano-Houzel et al., Revista Quanta.

Sin embargo, de nuevo había datos que rompían el patrón. Tal es el caso de la ballena piloto (Globicephala spp.), un mamífero, un cetáceo, con un peso cerebral enorme y unas 37.5 mil millones de neuronas neocorticales, región del cerebro que en humanos se ha descrito que influye en procesos altamente relacionados con la inteligencia, como: la percepción, la imaginación, el pensamiento, el juicio y la decisión; muchas más neuronas que los humanos.

Calderón común (Globicephala macrorhynchus) y comparativa de tamaño estimazo con el ser humano. Wikipedia, Enciclopedia libre.

Y es que, hasta la fecha, todos los intentos de demostrar que existe un factor exclusivo de los humanos, y que lo diferencie del resto de especies, han fracasado. Incluso, se ha llegado a formular que realmente no existe una relación real entre el tamaño del cerebro y la inteligencia.

¿Pero, cómo medimos la inteligencia en humanos?

Quizás, el mayor obstáculo de todos para encontrar una solución a esta pregunta resida en un error de base, y es que realmente, los humanos no seamos los seres más inteligentes del planeta. Incluso, parece que la verdadera dificultad esté en cuantificar correctamente la inteligencia.

De hecho, existen poderosas y fundamentadas críticas y sesgos relacionadas con los tests actuales que pretenden medir el valor del IQ (del inglés Intelligence Quotient, Coeficiente Intelectual), un parámetro que es ambiguo e impreciso, que es solo aplicable a humanos y dependiente en ocasiones de la cultura, heterogéneo en su dimensionado y en la influencia que presenta con respecto al conocimiento previo, además de no tener un estándar. Esto hace que se obvie a menudo muchos factores que se han demostrado importantes.

Los cuidadores de perros llevan años desarrollando técnicas de medición más precisas para evaluar la inteligencia de los perros y utilizan una gran variedad de instrumentos, atendiendo incluso a las diferencias entre razas caninas. Así que, parece que al menos por el momento, podemos afirmar que sabemos medir la inteligencia mejor en ellos, los perros, que en nosotros los humanos.

Así que, por eso, la próxima vez que veáis a vuestro perro morder el cojín del sofá de casa no penséis “¡Ay, pobre! ¡Qué tonto es!”, que bien podría Darwin, y no sin respaldo de algún conocido, sugerir que quizás sea mucho más inteligente que su dueño.

Artículo editado por Diego Jimenez Lalana

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Alberto Rivera Ramos

Alberto Rivera Ramos

Graduado en Bioquímica y Máster en Fisiología y Neurociencia por la Universidad de Sevilla. Empezando la etapa doctoral en el campo de la Neurociencia, y con interés en la divulgación científica.

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